VESTIDORES

Hablar de vestidores, durante mucho tiempo, fue hablar de un espacio de lujo en una casa. Una habitación especial para vestirse y guardar-proteger la ropa. Se veía con envidia en algunas películas o series norteamericanas. Unos espacios en que la protagonista de la película, lloraba la marcha de su amor, rodeada de decenas y decenas de “stiletos” italianos, de vestidos de Chanel y Dior, tomando una copa de champagne. Pero el tiempo, la democratización de las costumbres, la globalización en suma, ha llevado a que poco a poco, el vestidor se haya ido generalizando. La clase media ha empezado a poder llegar a disponer de él.

Un vestidor es una habitación destinada esencialmente a cambiarse de ropa, a vestirse y desvestirse. Su origen se puede entender como el de una habitación situada al lado del dormitorio (en algún caso del baño) que permite cambiarse de ropa sin molestar a las personas que están en el dormitorio. Con el tiempo ha añadido la función de ser el lugar donde se guarda la ropa de forma ordenada,  disponible para ser utilizada. Un espacio que dispone de elementos contenedores para organizar los diversos tipos de indumentaria (zapateros, barra de perchas, cajones para accesorios y ropa interior…), espejo o espejos y, en algún caso, algún tipo de mueble de asiento (sillón, silla, banqueta, taburete-otomana…).

El inicio de la generalización de este espacio ha llevado a algunas confusiones sobre su verdadero sentido y utilidad. En la actualidad en algunas ocasiones, se “vende” como vestidor un espacio, que no llega a ser ni una habitación, y que en realidad no es más que un espacio contenedor de ropa, un armario con pretensiones.

Quizá el vestidor sea, para gran parte de sus posibles usuarios, más que una habitación con una funcionalidad concreta, un espacio de glamour, casi un joyero de tu ropa, un lujo ya a nuestro alcance.

Fausto Sánchez-Cascado. «historiólogo creativo»

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